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martes, 6 de febrero de 2018

Kaposvár: Las juras de Santa Gadea

Dos semanitas más en Kaposvár, y llegamos al ecuador de nuestra estancia de diez meses en la ciudad de las flores. Cinco mesecitos ya, y mi conocimiento de húngaro sigue siendo un tanto deficiente. Menos mal que nadie me examina, aunque eso no quita para que sienta que debo trabajarlo más, que después de todo vivo entre húngaros.

El grupo de 14 turcos que llegó a primeros de diciembre se fue el martes pasado. Aunque no hemos tardado ni tres días en tener aquí un nuevo regimiento. Iban a ser 11, dos se dieron de baja antes de venir y otros dos desaparecieron menos de 24 horas después de llegar, literalmente. La tarde siguiente a su llegada su equipaje había desaparecido, al igual que ellos, sin dejar rastro. Veremos si nos enteramos del porqué.

Sara y yo despidiendo a Aylin, una de nuestras compañeras turcas

El caso es que con todos estos movimientos, los antiguos voluntarios que vamos a estar aquí hasta julio pensamos que era hora de hablar con la dirección de Compass y pedir explicaciones por tanto trasiego y muchedumbre en nuestra oficina, nuestras casas y nuestras vidas. Conseguimos reunirnos con Andi, Niki y Zsu, nuestra presidenta y coordinadoras, pero no conseguimos sacar nada en claro. Lo malo es que varios de mis compañeros han decidido partir al destierro voluntario, interrumpir sus proyectos y volver a sus países. Lo bueno, que entre los que nos quedamos nos sentimos más unidos.

De todas formas, y aunque es cierto que he tenido por ello una semanita un tanto regular y convulsa, no podía dejar escapar la ocasión de celebrar mi cumpleaños. Así que el lunes pasado nos reunimos en Creative Flat (a la postre, mi residencia de invierno en Kaposvár. Bueno, y de primavera, verano y otoño también) en petit comité para festejar tal acontecimiento.

En qué momento, oh, Álvaro, se te ocurrió que era buena idea preparar un risotto en presencia de un italiano. Enrico todavía me está recordando que se me quemó el arroz (en mi defensa diré que era la primera vez que lo cocinaba para tanta gente y mi brazo no daba para mover suficiente. De todas formas él fue el único que se dio cuenta). Pero la tarta de mojito salió muy rica y entre eso y todo el show con los regalos se salvó la velada. En cualquier caso, a ver si encuentro de una maldita vez el polviho azedo y puedo hacer algunos pãozinhos de queijo, que esos no me los discute nadie en 50Km a la redonda.

Manon Étienne, Yedigül, Daria, y el protagonista de la foto, Oliver, en el centro. Al bicho ese de la camiseta gris no lo conozco.

Étienne, Yedigül y yo, intentando encender la vela de la tarta de cumpleaños. Sí, la vela. Para disgusto de Enrico no iba a poner veinticuatro, que si no no acabamos nunca.

Y en esta yo intentando adivinar por tacto los regalos que me habían hecho. Idea de Manon, por supuesto. Franceses  ╮(╯∀╰)╭

El cumpleaños feliz, que no podía faltar

Además, el sábado pasado estuve en casa de Alíz, profesora de español, comiendo tortitas hasta reventar y jugando al Dixit con toda la familia (por supuesto perdí. Tramposas. Ya me tomaré la revancha con la Polilla Tramposa o el Risk. MUAJAJAJAJA). Lo gracioso de la jornada fue cuando, sentado sobre la alfombra, me traen el café, y pienso: “Álvaro: No derrames el café, sobre la alfombra”.

Siete segundos después estaba yendo a la cocina a por un trapo, para limpiarme el orgullo porque la alfombra ya la limpiaron las hijas de Alíz justo después de que mi mano decidiera que no, que esa tarde no tocaba hacer caso a mi cabeza. En cualquier caso nos reímos un rato a costa de mi torpeza y estuve practicando un poco el húngaro con la ocasión. Y este viernes, que voy a la casa de Szilvi (profesora de francés) con toda la francofonía, me sentaré en una silla. Por si acaso.

Sólo espero no andar demasiado tocado de salud, que entre el pasacalles de Carnaval del sábado, pasado por nieve, y la media maratón del domingo disfrazado de Elvis y gritando a voz en cuello Iso! Víz! Hajrá! (¡Bebida energética!, ¡agua!, y ¡vamos!, en cristiano) durante dos horas, voy a estar bebiendo agua con jengibre y leche con miel y limón por una semana.

Ya os contaré en el próximo post si me toca suspender la gira mundial debido a mis lesiones en las cuerdas bucales (digo vocales). Hasta entonces, besos y abrazos y collejas para todos.

Yedigül, Adam y yo durante el pasacalles de carnaval. A eso se le llama comerle la oreja a uno, ¿No creéis? Mi disfraz iba tapado por la chaqueta, lo siento.
Y aquí antes de empezar el pasacalles, Compass y asociados

Hace un par de días me terminé Sword Art Online, un anime que me recomendó mi hermano. Sé que suena estúpido, pero ahora que se terminó lo echo de menos y todos los días me pongo a escuchar la canción de cabecera (lo que los de mi generación llamamos opening), y me siento un poco vacío. Lo curioso es que me ha pasado con otros animes también antes. Pensando sobre el caso, he llegado a la conclusión de que es el mismo sentimiento que tenía de niño cuando me terminaba libros como Harry Potter o el Señor de los Anillos, y que fueron tan importantes para mí. Por aquél entonces, pensé que nunca iba a tener esas emociones de nuevo, y durante algunos años fue así. Y ahora descubro, con veinticuatro años recién cumplidos, que una serie animada me hace emocionarme igual que los libros de mi infancia. Que de bonitas sorpresas trae la vida, ¿cuál será la  siguiente?

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